Nos levantamos y comimos en el buffet del hotel, un sencillo y nutritivo desayuno. El día anterior habíamos contratado con una agencia la excursión a la pingüinera (130 pesos/persona) así que nos vinieron a recoger al hotel y nos subimos a un microbus lleno de turistas (hubiera sido más cómodo y económico alquilar un coche). Y tras dos horas de viaje, sin asfaltar en su mayor tramo, llegamos a nuestro destino, pagamos la entrada de 35 pesos que no iba incluido en el de la excursión y vimos nuestro primer pingüino de Magallanes que sin cortarse un pelo atravesaba el camino que los humanos debíamos respetar. Por cierto, que cada vez que un animal lo cruzaba, todos nos parábamos en seco por respeto y también por obligación porque se trata de entrometerse lo menos posible en su hábitat, lo cual es harto difícil por otro lado. La pingüinera cuya temporada iba a ser inaugurada oficialmente por el gobernador esa misma tarde, estaba repleta de animales y eso que nos dijeron que aún no habían...
Tómese un viaje a Japón o, en su defecto, una sopa castellana